He dejado de lado los libros que nos regalábamos sin motivo y tu silla ahora es la base de una planta de sombra de esas que odiabas porque dices que estorban.

Te he olvidado, ya no hablo de ti en cada oportunidad y he dejado de cargar tu foto en mi cartera, ya no extraño tus notas cursis en los chicles de menta ni las flores que recolectabas como especie de ofrenda, ya no espero ver tus ojos antes de dormir o cada vez que abro la puerta, ayer queme la caja donde guardaba los recuerdos de los días en los que todo era perfecto, he puesto ochenta y cuatro veces la canción que ya no es nuestra y ha dejado de hablar de nuestros sueños.

El café es lo único que aun sabe a ti y a veces aun digo agua en tu acento extranjero, es cierto que tu aroma un sigue en mi almohada y los gatos aun te esperan al pie de la cama, incluso podría jurar que escucho algunas noches tus pisadas fuera de la casa, pero al final eres libre ya te he dejado ir.

Decir que extraño tus manos o tus ojos seria burdo, barato, ridículo. Yo extraño la sal de la brisa del mar en mi boca, extraño la terraza donde pasamos cientos de horas, el café que ya no es dulce, las luciérnagas y el pan de moras.

Extraño las olas de Australia y las tardes en Long Island, extraño las mañanas los días y las horas que ya no pasan ni se reinician, extraño mis sueños, mis ganas, mis risas, mi vida. Extraño cada esbozo de alegría que ya no existe, que ya no es, aunque aún vibra en mi pecho, pero no te extraño a ti. Yo simplemente te encuentro adecuado para el personaje del libro que nunca terminamos de escribir.