Menos en la dieta de políticos o en el menú de un servidor público destacado, aunque sí, quizá, en los alimentos del mercado de El Alto o de alguna penitenciaría, sin importar que la carne de puerco y el vegetal provoquen diferentes efectos en el organismo.
Tocino, siempre causando daño.
Brócoli, mitigando cómplice los estragos de su socio en degustaciones exquisitas.
Ambos se comunican, crean sus estrategias de extorsionar paladares, creen en el libre albedrío para no ser engullidos por la decencia culinaria.
El primero, redimido por obra y gracia de su propia grasa saturada, cree estar listo para ser confundido con la panceta.
El segundo, jurando que es leal a las lechugas y a su variedad de una col, a pesar de que la podredumbre es parte de su raíz que envenena estómagos curtidos bien educados y creyendo que sus orígenes están en el nabo, irguiéndose soberbio.
Buscaron en el “Cambio” de hábitos la forma de convertirse en suculentos platillos, logrando la impunidad de ser digeridos en mal estado, soslayando que han enfermado a parte de la sociedad y avergonzando a los que confiaron en su composición nutritiva.
Brócoli, la hortaliza herética que agrede a las buenas costumbres.
Tocino, su nacimiento del cerdo lo presume ufano.
Los dos fueron engullidos muchas veces en las comidas y cenas del morenovallismo y del galicismo, en un intercambio digno de un perol de cárcel. Hoy, son paladeados en lo que fue la famosa marranera y prometen que, en una auténtica metamorfosis, formarán parte del relleno de los pavos que se repartirán entre funcionarios de los tres niveles de gobierno.
No obstante, Tocino pretende llegar a ser carne magra para seguir engañando; mientras, Brócoli lo azuza a protagonizar la farsa de la honestidad alimentaria.
Los dos amigos, Tocino y Brócoli, tienen a su guerrero en un doctor de cabecera de apellido “Dodge” que los orienta sobre el mejor camino gastronómico que los puede rescatar del desprecio y las náuseas de los buenos comensales.
Inconcebible que Tocino haya pasado de ser cuino con capas de grasa y poca carne, a la adopción de sentimientos que lo han llevado a recibir los sacramentos matrimoniales. Los espíritus también rondan las granjas porcícolas y existen granjeros que les cambian el maíz por ostias y les perdonan sus chillidos lastimosos y lastimeros por la bendición de San Francisco de Asís y de San Antón en España, que protege a los animalitos el 17 de enero durante la festividad en su honor.
No así Brócoli, que seguirá siendo parte del engaño alimentario en las cámaras legislativas. El vegetal es veneno porque siempre se presenta en un alto nivel de descomposición, es su esencia, es la mentira de una hortaliza que deambula entre los basureros de la ignominia.
Tocino y Brócoli, así les dicen a los amigos con serias dificultades en el consumo de la comunidad política, que solamente el favoritismo y la barbarie política les han permitido vivir como si nada debieran a los aparatos digestivos.
Con razón, Tocino comulgó el sábado pasado y amenaza con seguir en los platillos barrocos poblanos, sin importarle el repudio de ciudadanos poblanos que aborrecen la farsa. En tanto, Brócoli, sonreía satisfecho al conseguir para Tocino un padrinazgo indignante e incomprensible en las buenas costumbres.
POSDATA: Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.
POSDATA 2: Nada que ver con el Malvado doctor Tocino de Toy Story que enamoraba.
POSDATA 3: Brócoli, siempre tendrá cabida en el buffet a la carta de los aspirantes plurinominales al Congreso de la Unión. Ojalá no siga provocando retortijones en el parlamento mexicano.
POSDATA 4: Hablar de Dios, de no tener odios y de fabricar rosarios que regala a sus enemigos, es parte de las blasfemias inconcebibles de una herida que sigue supurando en el ganado del rancho El Girasol.
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