Un proyecto que en 2018, bajo la administración de Antonio Gali Fayad, zarpó con promesas de aguas cristalinas y terminó varado en un lago de dudas y malos olores. Costaron la friolera de 250 millones de pesos y solo sirven para espantar mosquitos y reducir olores, como lo admitió sin tapujos la exsecretaria de Medio Ambiente, Beatriz Manrique.
Aquí estamos, seis años después, y la historia no ha cambiado: Valsequillo sigue siendo una cloaca a cielo abierto, testimonio del abandono y la irresponsabilidad ambiental.
Hoy el gobernador Alejandro Armenta ha lanzado una señal esperanzadora al ordenar una evaluación seria: ¿Sirven los barcos o no? La pregunta parece sencilla, pero tiene un trasfondo lleno de lodo (literal y figurado).
El problema de Valsequillo no se resuelve con tecnologías importadas y promesas prefabricadas. La presa, que recibe descargas de industrias textiles, químicas y de aguas residuales domésticas, necesita un plan integral de saneamiento.
De poco sirve hiperoxigenar el agua si cada día llegan toneladas de contaminantes desde el Atoyac y sus tributarios. Es como querer trapear mientras llueve.
Pero ojo!: No podemos mirar hacia otro lado sin revisar los permisos federales (CONAGUA) y estatales (Organismos Operadores del Agua Estatales o Municipales) que han permitido a las industrias contaminar estos cuerpos de agua.
Porque no es ningún secreto que han existido funcionarios corruptos que a cambio de “un moche”, han dado su aval para descargar aguas residuales sin tratamiento.
En este contexto, el saneamiento no solo depende de barcos o inversiones, sino de una limpia urgente en las dependencias encargadas de proteger el medio ambiente.
En su primera Mañanera, el gobernador Armenta ha anunciado 3 mil millones de pesos en proyectos ambientales para 2025, y aquí es donde entra la oportunidad histórica: no basta con evaluar si los barcos funcionan, hay que enfocarse en soluciones estructurales y sostenibles.
Si se puede clausurar un relleno sanitario, como en San Andrés Cholula, para convertirlo en un Centro de Transformación de Desechos, ¿por qué no replicar esa visión con Valsequillo y la cuenca del Atoyac?
Pero ojo, no solo se trata de voluntad política y dinero.
Puebla ya tiene demasiados ejemplos de inversiones millonarias que flotaron en el presupuesto y se hundieron en la ineficacia.
Dellepere Enterprises, la empresa que vendió los Scavenger 2000, seguramente cumplió su parte del trato, pero ¿quién fue el visionario que creyó que tres barcos iban a sanar un cuerpo de agua de 22 mil hectáreas saturado de desechos industriales y domésticos?
La evaluación que ha instruido Armenta es necesaria, pero no debe quedarse en un diagnóstico. Es hora de construir un plan integral de saneamiento que incluya vigilancia estricta a las empresas contaminantes, plantas de tratamiento eficientes, revisión de permisos y una limpia real de aquellos funcionarios que le pusieron precio al agua de Puebla.
No necesitamos más barcos fantasma, necesitamos una verdadera política ambiental.
En cuanto a los responsables del naufragio financiero de 2018, la historia debería dejarles un mensaje claro: el agua de Puebla no puede seguir siendo rehén de la simulación y el despilfarro.
El reto es inmenso, pero como decía Octavio Paz: “La duda es un homenaje a la esperanza”.
Deseo que esta vez, en el gobierno de Armenta, las aguas turbulentas de Valsequillo comiencen a aclararse.
Porque los mosquitos y los malos olores son el menor de los problemas cuando lo que está en juego es el futuro ambiental de Puebla.
@Gerardo_Herrer
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