Ejemplo de ello; fue el asalto brutal ocurrido el pasado sábado en La Calera, donde no solo se desnuda la violencia rampante en Puebla; sino que revela algo todavía más siniestro: la podredumbre desde dentro, la corrupción infiltrada en los aparatos que se supone deben protegernos.
Porque no es casualidad. Los delincuentes sabían exactamente a dónde llegar, quiénes vivían ahí, a qué se dedicaban y qué podían encontrar. No improvisaron: llegaron en un Jetta y un Mercedes Benz, sin placas —pero sí plenamente identificados por las cámaras de seguridad—, irrumpieron con precisión quirúrgica y brutalidad demencial.
Reventaron candados, cadenas, cerraduras. Golpearon, sometieron, asfixiaron con bolsas, dieron cachazos. Y no fue contra cualquier parroquiano al azar: fue contra un comerciante ferretero, un académico jubilado del Colegio Humboldt, y un proveedor de insumos para cuerpos de seguridad. ¿Coincidencia? No. Esa información no está en el padrón telefónico, está en expedientes. Y esos expedientes están en manos de cuerpos policiacos.
Es decir: el crimen organizado tiene aliados dentro del gobierno, adentro de las patrullas, de las oficinas de control, de los sistemas de inteligencia que deberían blindar al ciudadano, no entregarlo.
Y como si no bastara, todo esto ocurrió a escasos metros de donde viven personajes notables: la exsecretaria de Turismo, el expresidente del Comité Ciudadano de Seguridad, y hasta el mandamás de los cazadores poblanos. Nadie se salva. Nadie está a salvo. Y lo peor: nadie hace lo necesario.
Que decir también la noche de terror que vivió una familia cuando fue interceptada por tres delincuentes armados justo al llegar a su casa en la colonia Las Hadas, insisto esto no es una casualidad, ¿Quién está detrás de todo? ¿Cuáles serán las medidas que se deben tomar? ¿Parece que Puebla, necesita una limpieza extrema, iniciando desde los mandos policiacos que juraron protegernos?