El presidente municipal, Pepe Chedraui, salió de inmediato a desmentir a los hechos y a la prensa con una frase simplista: "No fue cobro de piso, fue un incendio". 

Esta declaración no es un reporte oficial, es una peligrosa maniobra política cuyo único fin es tapar la aterradora realidad que hoy padece la Angelópolis: el cobro de piso y la extorsión han dejado de ser rumores para convertirse en una plaga diaria.

​La escalada de violencia no es casualidad; es la consecuencia directa de una incompetencia administrativa que ha decidido priorizar las ambiciones personales sobre la seguridad de los ciudadanos. 

Mientras la capital se desangra, la verdadera agenda del alcalde se cocina en los pasillos: la obsesión por una reelección que, dados sus resultados, no es solo improbable, sino indecente.

​Resulta vergonzoso que la principal actividad del edil sea reunirse en lo obscurito con figuras políticas como Sergio Salomón, buscando alianzas y desafiando el liderazgo estatal de Alejandro Armenta. Esta política de zapa es una burla y una abdicación total de sus responsabilidades. 

El tiempo que invierte en asegurar su permanencia, es el tiempo que el crimen organizado le roba la tranquilidad a los poblanos.

​Si el alcalde no es capaz de garantizar la seguridad, ni de cumplir la palabra empeñada de salvaguardar la integridad social, ¿con qué autoridad moral pretende la ciudadanía confiar en su versión sobre la extorsión? 

La ciudad exige una estrategia real contra el crimen y no una simple cortina de humo hecha de palabras vacías y ambición política.