El reciente anuncio del Presidente Joe Biden de abandonar su candidatura a la reelección es el último acto de un drama que era previsible: “Creo que lo mejor para mi partido y el país es que me retire y me concentre únicamente en cumplir con mis deberes como presidente durante el resto de mi mandato,” dijo Biden, demostrando que la lucidez no siempre llega a tiempo para evitar el desastre.
El presidente de 81 años, en lugar de navegar con elegancia hacia su retiro, ha sido empujado hacia la salida por un cóctel explosivo de desastres mediáticos y políticos.
Veamos: Primero, el atentado contra Donald Trump, que no solo lo catapultó a la fama como casi un mesías, sino que transformó su campaña en una suerte de "El Quijote del siglo XXI", batallando contra molinos de viento con balas en lugar de molinos. Luego, el debate presidencial, donde Biden lució como un actor en una comedia involuntaria de senilidad, reeditando las escenas de la vejez con la precisión de un reloj roto.
La llegada de Kamala Harris, como una suerte de “nueva esperanza”, solo añade más pimienta a este guiso político. Aunque bien calificada como vicepresidenta, la señora Harris enfrenta la dura tarea de enfrentar a un Trump revitalizado en una campaña donde el tiempo es un lujo que no se puede permitir. La carrera presidencial de Estados Unidos se ha convertido en un juego de desesperación y caos, con Biden bajando del ring y Harris tratando de evitar el nocaut en el octavo episodio.
Esta situación me recuerda, y guardando las proporciones, a la elección a la gobernatura del estado de Puebla. Alejandro Armenta, desde el comienzo muy bien calificado candidato en todas las encuestas (excepto, claro, en la legendaria Massive Caller, la encuestadora que se ha ganado el reconocimiento de “Hazmerreír Nacional”), y Eduardo Rivera Pérez, quien, a pesar de los intentos de inflarlo en el gobierno del extinto Miguel Barbosa, no logró jamás alcanzarlo y conectar con la gente debido razones ampliamente conocidas y discutidas ya.
Imaginemos por un momento que Eduardo Rivera, en un acto de dignidad política, hubiera cedido su lugar a otro candidato de la alianza, quizás a una priísta como Silvia Tanús, Jorge Estefan Chidiac o un panista como Humberto "El Tigre" Aguilar, o Ana Teresa Aranda?.
La política de "¿y si...?" es siempre una tentación fascinante. Habríamos visto una contienda más equilibrada?, y quizás, solo quizás, Puebla habría tenido un candidato que no llevara la marca indeleble del “Barbosismo”?.
En un giro inesperado, Morena hubiera llevado a otro candidato, como Nacho Mier o por un capricho del difunto, Julio Huerta. Entonces un bien calificado Alejandro Armenta en el PT o como candidato independiente, lejos del calor que hoy le brinda ser parte del proyecto nacional de Claudia Sheinbam.
Sin embargo, como en la política no existen los “hubiera”, y los escenarios alternativos son solo elucubraciones de una mente inquieta, debemos conformarnos con el hecho de que ni Rivera se retiró para evitar una derrota humillante, ni Barbosa está presente para ver la prolongación de su legado. (Ah, y Nacho Mier no fue el candidato a gobernador).
El libro de la política está lleno de capítulos de ficción que, en muchos casos, superan a la realidad. Biden se retira y Harris se enfrenta a un laberinto, mientras los giros dramáticos del destino continúan. Armenta es gobernador electo y Rivera está en la antesala de su muerte política.
La moraleja, como siempre, es que la política, como el teatro, a veces tiene más en común con la comedia que con la tragedia.
Gerardo Herrera López es Director Editorial de AG Medios Noticias, Columnista para W Radio Puebla, Conductor del Programa Zona de Fuego.
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