A pesar de que los estatutos de la universidad establecen un sistema de voto directo y secreto para toda la comunidad –estudiantes, maestros, directores y personal administrativo–, la realidad detrás del proceso revela un método que ha garantizado, desde 1991, la reelección o la imposición de los candidatos afines al poder en turno.
Se ha querido generar la narrativa de que existen facciones de rectores pasados, como Enrique Agüera o Alfonso Esparza, que intentan desestabilizar la elección. Sin embargo, esto es un distractor. La historia reciente de la BUAP muestra una clara línea de sucesión. Lilia Cedillo fue impulsada por Alfonso Esparza, quien a su vez fue impuesto por Enrique Agüera, que fue puesto en el poder por Enrique Doger. Este encadenamiento de poder no es una coincidencia, sino el resultado de un sistema electoral universitario diseñado para mantener el control.
Entonces, ¿por qué la reelección o la imposición del candidato de turno están prácticamente garantizadas? La clave reside en el peculiar sistema de conteo de votos. Aunque más de 124 mil estudiantes y más de 5 mil profesores emiten su voto, su sufragio individual no se traduce directamente en votos para el candidato. En la práctica, el voto de miles de personas se reduce a una representación mínima.
Los votos de los estudiantes y profesores en cada unidad académica, sin importar cuántos sean, se resumen en solo dos votos para sus consejeros universitarios. Al final, estos consejeros son los que llevan el voto decisivo al Honorable Consejo Universitario, que suma un total de 88 sufragios. Este método neutraliza el poder del voto masivo y le da un peso desproporcionado a la representación por unidad académica, lo que facilita el control del proceso.
De esta manera, la verdadera cara de la BUAP no es la de una democracia participativa, sino la de un sistema que perpetúa el poder de unos pocos. Quienes quedan fuera de la contienda no son más que los que no recibieron la bendición de los rectores salientes. Lilia Cedillo parece destinada a mantenerse en el puesto, en lo que muchos perciben como una dictadura disfrazada de elección.
Y así, los allegados a los rectores anteriores se reelegirán sin problemas, a pesar de las manifestaciones o el descontento de la comunidad estudiantil.