El movimiento estudiantil de 1968, fue un movimiento social, en el que además de estudiantes de la UNAM y el IPN participaron profesores, intelectuales, amas de casa, obreros y profesionistas en la Ciudad de México, y que fue reprimido por el gobierno mexicano mediante la matanza de Tlatelolco, bajo la orden de Luis Echeverría, quien ocupaba la Secretaría de Gobernación y se encontraba a cargo del país luego de que acertadamente el presidente de la República de ese entonces Gustavo Díaz Ordaz, saliera del país.
La matanza en la Plaza de Tlatelolco se produjo porque ese 2 de octubre de 1968 hubo un “complot” entre dos de los militares con mayor rango y poder dentro del ejército: los generales Luis Gutiérrez Oropeza y Mario Ballesteros Prieto, jefes del Estado Mayor Presidencial y del Estado Mayor de la Defensa Nacional, respectivamente.
Ambos generales desacataron las instrucciones expresas de su jefe, el secretario de la Defensa, Marcelino García Barragán, y le ocultaron que sin su consentimiento enviaron a 10 francotiradores con metralletas a los edificios que rodeaban la Plaza de Tlatelolco, ordenadas por el mismo Echeverría.
Desde las ventanas del piso 12 del edificio Molino del Rey, más exactamente en los departamentos 1201, 1202 y 1203, en que esos francotiradores estaban apostados, surgieron los primeros disparos hacia los estudiantes y los soldados, lo que devino en la balacera que tuvo el saldo hoy conocido: decenas de muertos, entre estudiantes, niños, mujeres y algunos soldados.
De acuerdo con el libro 1968: Todos los culpables, escrito por Jacinto Rodríguez Murguía, existen decenas de documentos en el Archivo General de la Nación y testimonios que avalan el papel de estos dos generales en lo que el propio García Barragán llamó “una trampa al ejército”.
Eso es lo mismo que el ingeniero Gustavo Díaz Ordaz Borja, hijo del ex presidente, dijo en la única entrevista que ha concedido a medios de comunicación: “A mí papá lo engañaron”.
Aunque el desenlace sangriento y la represión al movimiento estudiantil no sólo fue un acontecimiento del 2 de octubre, sino que había crecientes indicadores de que el régimen de Díaz Ordaz estaba a dispuesto a utilizar la fuerza para aplastar la inconformidad social.
De hecho, ese 2 de octubre hubo una reunión muy temprano por la mañana en la Secretaría de la Defensa para echar a andar los operativos policiaco-militares conocidos como “Operación Galeana”, donde el mismo Echeverría, mandó un equipo de cine, armado con 100 mil pies de película virgen, a filmar todo lo que ocurriera en la plaza; el mismo Echeverría, dice el libro, que emplazó a personal del mismo Estado Mayor Presidencial en el penthouse que su cuñada ocupaba en el edificio Molino del Rey y en el cual participó en la masacré el batallón “Olimplia”, quienes tenían la orden de no dejar salir a ningún manifestante de la plaza.
Hay varias fotografías que irrumpen en la conciencia (Véase Galería aquí). Aquella en la que decenas de jóvenes detenidos, con la sangre escurriendo por los rostros, son colocados en columnas contra los muros de los edificios. Alguien dio la orden de despojarlos de sus pantalones, de arrancarles las camisas. Quienes no tienen las manos atadas a la nuca, las llevan colgando, sin sangre ni nervios, sin palpitaciones. Es el símbolo de la derrota. Miran sin ver a la cámara que una y otra vez los atrapa.