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Opinion

Las palabras pronunciadas ayer en el IEE por el gobernador electo de Puebla, Alejandro Armenta, todavía retumban: “El equipo de transición no es el gabinete. De una vez que quede claro para que no empiecen a emocionarse, porque en esa ruta lo que necesitamos es asegurar que quienes vayan a ocupar esas carteras de la administración tengan amor y consagración, esa es responsabilidad mía. No me puedo equivocar con un personaje que a los ocho días ya se sintió mal, ya no quiere, ya está de malas, ya se agotó, ya no quiere atender a la gente, no toma llamadas, no responde a los compañeros. Yo, no puedo estar así. Yo, necesito eficiencia, eficacia, resultados; no hay otra cosa para mí”. 

Ya pasaron las elecciones y algunos políticos han llegado a la locura al pensar que tienen un gran poder en Puebla o pretenden tomarlo de un partido que murió en 2018. 

No le bastó a la alianza “Fuerza y Corazón por México”, conformada por el PAN, PRI y PRD, la paliza que recibió de Morena y la cuarta transformación. Hoy, exigen voto por voto, casilla por casilla, lo que negaron en 2006 a Andrés Manuel López Obrador, a pesar del exiguo 0.56 por ciento con el que ganó Felipe Calderón Hinojosa. 

En Puebla, cohabitan seudo periodistas, empresarios y políticos mercenarios que gustan del dinero fácil. 

Alejandro Armenta demostró por qué se mantiene por encima de cualquier encuestadora en el magno evento realizado en Plaza de la Victoria, opacando a su homólogo Eduardo Rivera Pérez. 

 

A días de las elecciones para elegir a quien será el próximo (a) Presidente (a) de México, en la realidad el triunfo sólo está entre las dos mujeres, Claudia Sheimbaun Pardo y Bertha Xochitl Gálvez Ruiz, aunque la mayoría de las encuestas dan muy alta probabilidad de que la ganadora sea la de la Alianza entre MORENA-PT-VERDE. 

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